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El mediador familiar, la nueva figura obligatoria en los divorcios conflictivos

Cuando Javier y Miriam decidieron poner fin a sus doce años de matrimonio, tenían muy claro que lo más importante para ambas partes era el bienestar de sus tres hijos. «Queríamos que el divorcio les afectase lo menos posible, tanto a nivel emocional como en sus rutinas. Por eso, intentamos dejar a un lado nuestras diferencias personales y mirar por el bien común». Sin embargo, cuando se sentaron para ver cómo se iban a organizar una vez separados, «nos empezamos a enfrentar por cada tontería... Ahora me da hasta un poco de vergüenza recordarlo. Y eso que teníamos una relación bastante cordial. ¡Imagínate las parejas que no se pueden ni ver!», plantea Miriam a toro pasado. Como la situación se enquistaba cada vez más —«discutíamos hasta por cosas que ya habíamos decidido, un sinsentido»—, una amiga en común les aconsejó pedir cita en el servicio de mediación familiar de su comunidad para que un profesional les ayudase a limar esas asperezas que les impedían llegar a un acuerdo.

«Fue lo mejor que pudimos hacer. No es un proceso fácil porque los sentimientos están ahí y se pasa por momentos desagradables, pero merece la pena porque al final ganamos todos, sobre todo los niños», cuenta Miriam. El mediador de familia es una figura relativamente reciente en nuestro país y bastante desconocida en general. «Una percepción que seguro va a cambiar, puesto que la nueva Ley de Eficiencia Procesal —en trámite— obligará a las parejas en proceso de divorcio a pasar por este servicio antes de iniciar un proceso judicial», explica Paloma Abad Tejerina, presidenta de la Asociación Madrileña de Abogacía de Familia e Infancia. Resolvemos las dudas sobre esta figura, cuya intervención será «clave» para evitar que las parejas terminen resolviendo sus diferencias en un juzgado.

En primer lugar cabe aclarar que un mediador —se necesita una formación específica y el servicio puede ser tanto público como privado— no es un juez. «Se trata de un profesional especializado en la resolución de conflictos. No juzga, ni tampoco opina. Simplemente trata de que las partes enfrentadas se comuniquen para poder llegar a acuerdos, que son absolutamente confidenciales. Muchas veces ocurre que los miembros de la pareja están tan enfadados entre ellos que no escuchan a la otra parte y es imposible acercar posturas», desvela Paloma Abad.

«Lo que hace el mediador es escuchar objetivamente a ambos (lo que quieren, lo que no, cuáles son las líneas rojas, hasta dónde estarían dispuestos a ceder en según que cosas, por qué...) y, con toda esa información, propiciar el entendimiento entre ellos, pero siempre desde el respeto y la honestidad. La idea es despojar la negociación de toda esa carga emocional que, sobre todo al principio, contamina mucho la relación», añade Xavier Pastor, experto en mediación y profesor de Estudios de Derecho y Política de la UOC.

Imaginemos que una de las partes quiere la custodia compartida de los hijos y la otra no y ninguno da su brazo a torcer. «El trabajo del mediador no es posicionarse a favor de uno o de otro, sino trasladar lo que quiere cada uno adaptando las palabras para que la otra parte lo entienda. Es decir, se trata de que cada una de las partes entienda de manera objetiva lo que el otro le está queriendo transmitir». «Un juicio es una declaración de guerra, mientras que la mediación es, como mínimo, una declaración de tregua», resume Pastor.

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